Conocimos a Pedro y a Chico en un precioso y pequeñísimo pueblo de la Alpujarra granadina, Júbar.
Íbamos caminando cuando se nos acercó el pequeño Chico, con sus cinco años de edad es un perro revoltoso pero increiblemente cariñoso que se parece mucho a un pastor catalán pero en pequeño. Nada más vernos avisó a su dueño, Pedro, de que habían llegado forasteros por los que sentía curiosidad y era imprescindible conocer.
Pedro y Chico vinieron hacia nosotros y entablamos una conversación de esas que sólo se pueden tener en lugares auténticos.
Nos comentó que Chico había llegado a él porque “una perra del pueblo” había tenido cachorros y que “de cada bocao que entraba en su boca la mitad era pa Chico”, sin embargo Chico no tiene permiso para entrar en casa “tiene toda la calle para él y si no al corral”y “los perros no pueden estar en las casas”, esta frase me la dijo muchas veces mi abuelo a pesar de que los perros siempre estaban en casa…
Parece que Chico y Pedro comparten buenos ratos en la “puerta de la calle” difrutando del maravilloso paisaje, saludando a los escasos vecinos y aún más escasos “forasteros”.
Después de un buen rato de conversación y viendo lo mucho que nos gustaba Chico (y lo mucho que le gustábamos nosotros a él porqué no decirlo :)) nos dijo que le diéramos nuestra dirección y que nos escribiría si Chico vivía algún idilio y tenía cachorros (maravillosa experiencia cuando alguien en estos días te pide tu dirección postal). Nos tuvimos que resistir mucho para declinar el ofrecimiento (la verdad es que todavía estamos dudando) pero al decirle que vivíamos en un piso muy pequeño contestó “claro, los perros no se pueden tener en las casas”.
